"- Yo te enseñaré a entender - dijo-. La naturaleza de los nombres no se puede describir; sólo se puede experimentar y entender.
- ¿Por qué no se puede describir? - pregunté-. Si entiendes una cosa, puedes describirla.
- ¿Tu puedes describir todo lo que entiendes? - me miró de soslayo.
- Por supuesto.
Elodin señaló calle abajo.
- De qué color es la camisa de ese chico?
- Azul.
- ¿Qué quiere decir Azul? Descríbelo.
Reflexioné un momento, pero no encontré la forma de describirlo.
- Entonces, ¿azul es un nombre?
- Es una palabra. Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados. Los nombres tienen poder y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí.
- Utilizar palabras para hablar de palabras es como utilizar un lápiz para hacer un dibujo de ese lápiz sobre el mismo lápiz. Imposible. Desconcertante. Frustrante. - Alzó ambas manos por encima de la cabeza, como si tratara de tocar al cielo-. ¡Pero hay otras formas de entender! - gritó riendo como un niño pequeño. Alzó ambos brazos hacia el cielo sin nubes, sin dejar de reir-. ¡Mira! - gritó echando la cabeza hacia atrás-. ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul!
(El fuego en sí, Capítulo 86. El Nombre del Viento, Patrick Rothfuss)
Adoro que mis amistades sean fuente de inspiración para este blog. Sí, abandonado lo he tenido este año. El problema es que por más que uno quiera, en una guerra, o es uno soldado o bien es uno general. El sublime acto de cogitar demanda tiempo y requiere perspectiva. Nada de lo cual ha abundado en mi vida esta temporada. En medio del caos absoluto, no me quedó más que llenar roperos emocionales, como decía el personaje de un libro que leí hace poco y a cerrarlos con llave. Ahora, que todo está más luminoso, es hora de abrirlos, porque en realidad no existe cosa como un ropero emocional. Por algo habrán de llamarse roperos y no de otra forma.
Me lanzo a escribir tras leer el mensaje de mi amiga Jime. Mutually beneficial: yo le recuerdo cosas de nuestra vida y ella me deja pensando en cosas que yo no había pensado. Como lo del nombre de las cosas. Yo me río primero, acordándome de los nombres que le poníamos a la ropa, a los autos, a las amigas, a las monjas y a las profesoras del colegio, y a los galanes de turno. Alamiro, los Leland Palmer, los Cacos, el Susano, Vulcano, Cóndor, Gomo, Leland el mismísimo, el Caballo Marino, Seleno, Pablo Mármol, Aleto. Pero luego no me da risa. Me pongo a pensar en sentimientos sin nombre. Los que son un poco de una cosa, con un poco de otra, sin ser realmente lo uno o lo otro, sino algo diferente a todo lo demás, como dice la canción de Plaza Sésamo. O los desparramados, ameboides, sin anverso ni reverso. O esos que simplemente mutan a cada rato frente a nuestros ojos y corazones. Me acuerdo de pronto de Pobre Pibe, que decía que no era casualidad que hubiera tanto gran filósofo alemán, pues el alemán es un idioma de tanta riqueza, que podía expresar y definir cosas que otros idiomas no podían. Desde entonces pensé que quizás, en una de esas, de haber nacido alemanas, otro gallo nos habría cantado. Quién podría saberlo. Yo sólo me acuerdo de nuestros quebraderos de cabeza frente a nuestras EVNIS. Emociones Voladoras No Identificadas.
Y ya que hablamos de nombres. Tengo un mundo entero que puedo ver en mi cabeza después de leer El Nombre del Viento. Parezco la vieja que cree que las teleseries son verdad. Pero al final es lo que uno se espera de una buena historia, de un buen libro. Es un mundo verde, mágico, nebuloso, misterioso, peligroso y hermoso. Amé con todo mi corazón al Kvothe niño. Me identifiqué con su humor, con su torpeza y con su burrería. Con sus ganas de verlo todo por sus propios ojos y de hacerlo todo con sus propias manos. Me encantó su amistad con Auri y su dulce y extraña clase de amor por Denna. Y me quedé pegadísima con la idea del oficio de conocer el nombre de las cosas. Volverse un maestro nominador.
Muchas veces, mi amiga Jime y yo pensamos que a nosotras nos pasaban cosas que no le pasaban a otros. Que teníamos sentimientos complejos, inclasificables, indenominables, indescriptibles e indomables. Quizás nos torturamos con eso mucho más de lo necesario. En un ataque de New Orderism que tuve semanas atrás (justo antes de saber que vienen a Chile) me encontré con esa frase antigua en mi cabeza: to find the truth inside yourself and not depend on anyone. Sí, New Order puede ser, a veces, Very cliché. Outside the world is a beautiful place with mountains lakes and the human race. Pero como siempre digo, los clichés lo son, precisamente, por su status de verdad XXL. En fin. El punto es que mi amiga tiene razón. Es altamente probable que nos sentemos en un café frente al Sena, alguna tarde otoñal, en todo el sentido de la palabra, y no nos quede más remedio que aceptar que jamás pudimos describir o dar nombre a sentimientos con que nos encontramos desde que nacimos, con unos poquitos días de diferencia, el mismo año. No sé si nos gustará admitirlo, dada nuestra eterna tendencia a disectarlo todo y a denominarlo todo. Para dominar el mundo, como Pinky y Cerebro, imagino. Lo que sí se, y agradezco, a estas alturas, es que el no haber podido denominar o describir sentimientos no nos impidió en su momento embarcarnos en aventuras nuevas, inusuales y poco convencionales, ni optar por alternativas extrañas e inexplicables para tantos ojos. Hacia el final del libro, Elodin, el demente maestro nominador y padrino de Kvothe en la Universidad, le explica que tenemos dos mentes: una despierta y una dormida. La despierta piensa, habla y razona; la dormida es más poderosa. Es la que sueña. La que lo recuerda todo y la que nos proporciona intuición. "Tu mente despierta no entiende la naturaleza de las cosas. Pero tu mente dormida sí. Ella ya sabe muchas cosas que tu mente despierta ignora." It all makes sense. Al parecer, no era necesario saber el nombre de las cosas, ni poder describirlas para entenderlas. Y parece que por alguna razón, lo supimos. Da lo mismo entonces, amiga. Da lo mismo.