Too late to stay
"Café del Patio, Perfect", me dijo. Recuerdo haber contado los días y haber esperado esa noche como los presos que hacen rayitas en la muralla. Recuerdo haber caminado por la calle oscura, vacía, saltando entre los charcos que quedaban de la lluvia que había parado poco rato antes. Olía a tierra mojada y a aire helado. En lugar de mi walkman, me quedé con eco de mis botas y el ruido del cinturón de mi impermeable, que iba flameando feliz. Mi cabeza iba a años luz de mi cuello. No sé si delante o detrás. Pero apenas lo vi tras el vidrio fue tal como lo había imaginado. Envuelto en humo, al tiempo extraño y familiar, tranquilo y nervioso, feliz y también triste. Nunca me voy a olvidar de cuando estábamos recién sentados en la mesa, ambos sin poder creerlo y me dice, con una dulzura conmovedora, "debí hacer esto antes, ¿verdad?". Yo quería grabar cada escena, cada cuadro, por si no había otra vez. Así fue que lo vi enderezarse, apoyar la espalda en la muralla, echar la cabeza atrás, y girarla, mirándome con los anteojos montados en la punta de la nariz. Era como si me estuviera diciendo "cuando no fuiste el más lindo de la fiesta, cuando no tuviste la mejor mesada, cuando no hay por dónde hacer que te vean, tienes que brillar como sea y tienes que admitir que lo he logrado". Yo me mantuve mirándolo y le respondí, sin palabras también. Recuerdo cuando me dijo, mirándose las manos, que era bueno, pero también malo, ser menor que yo. No logré llegar jamás al fondo de esa declaración. Parte de su encanto era ese territorio misterioso que juré jamás explorar. Hubo una siguiente vez y fue una mañana de discos. Cruzamos Providencia de la mano y recorrimos todas las disquerías que encontramos abiertas; compramos un CD de The Human League y fuimos a mi casa. "Nos parecemos tanto", me dijo por la tarde, otra vez por encima de los anteojos. "Que da miedo", quise agregar yo. Me callé, aunque lo consideré una sentencia definitiva. Esa noche era el cumpleaños de mi mejor amiga y no lo invité. Peor, me dejó en casa de mi amiga y nos despedimos, ambos, lo sé, con el corazón arrugado y una sonrisa chueca. Pasaron tres horas, cuarenta y cinco canciones y mi amiga abrió la puerta sin dejar de mirarme. Nunca, nadie más, me dio un primer beso como ese. Dejé de comer, dejé de dormir. Eramos sólo nosotros y nuestros discos. Y Drum, por cierto. Creo que se la jugamos al tiempo. Y creo que el tiempo se enojó.
Like a break in the battle was your part. In the wretched life of a lonely heart. Fue lo que le dije al despedirnos, con un abrazo más grande que la vida, una mañana con estrellas. El no dijo nada, pero yo pude oír una canción. It was just that the time was wrong, Juliet. Todavía hay noches que sueño con él y lo veo venir caminando con esa sonrisa que me derretía, llena de secretos cómplices y cosas que nunca fue necesario decir. Me acuerdo de su voz, de cómo sonaban algunas palabras en su boca, de cómo decía mi nombre y de cuando me hablaba sólo a mí. Me río recordando esa risa desparramada suya. Me gustaba cuando me miraba con una ceja levantada. Me gustaba examinar su rara nariz delgada. Mirar de reojo sus dedos pálidos. He extrañado un montón de cosas que no pensé que iba a extrañar y otras que siempre supe que iba a extrañar. He seguido yendo al Café del Patio. Hace poco estuve ahí y mientras miraba las viejas mesas de madera oscura, en mi iPod sonó ...we'll always be together, however far it seems, we'll always be together, together in Electric Dreams. Mientras comenzaba a reírme, unas manos con olor a tabaco taparon mis ojos.