Saturday, December 31, 2011

We Are All Connected

Cuando empecé a trabajar, mi oficina quedaba muy cerca del Templo de la Perdición: la Feria del Libro de Huérfanos entre Miraflores y Mac Iver. Era un local enorme, donde había muchos más libros que en otras sucursales, porque en ese tiempo el Centro todavía era importante. Un día recuerdo haber entrado y un vendedor se me acercó. "¿Le recomiendo un libro?" me dijo. "Se llama Muchas Vidas Muchos Maestros." En ese momento no me interesó leerlo, pero me quedó dando vueltas y le conté a mi papá lo que me había dicho el tipo, sobre este libro escrito por un siquiatra gringo muy serio, llamado Brian Weiss. Weiss, terapiando a una paciente, la había hipnotizado y de pronto había comenzado a recibir mensajes de unos entes de otro plano llamados Maestros o Guías Espirituales, sobre lo que sucede con el alma después que morimos. Un par de años después, cuando logré encontrarlo, porque estaba agotado, descubrí que había mucho más en ese libro de lo que ese vendedor me había dicho. Había un universo entero. Por eso ni me espanté cuando recién esperando a la Magda, mi amiga Denise, que entonces estudiaba Kabbalah, me invitó a una charla sobre Maestros Espirituales que daría un señor llamado Salim Hodalí.

A Salim Hodalí le sucedió lo mismo que a Brian Weiss, pero en chileno, y de una manera mucho más hermosa y poética, creo yo. En ese momento, el y sus dos compañeras, que canalizaban mensajes, estaban escribiendo un libro en que contaban su historia, cómo se habían encontrado de manera (aparentemente) fortuita los tres, cómo habían entrado ese universo y cómo estaban haciendo para incorporar ese nuevo mundo en sus vidas de cada día. Cuando el Libro Azul salió me lo devoré y lo amé. Crea uno o no en lo que relatan en primera persona está lleno de cosas que sirven para la vida diaria, de esas que uno dice "pero si esto es obvio" o "pero si esto siempre lo supe". Cuando nos cambiamos a la oficina de La Concepción, descubrí que Salim Hodalí era un personaje del barrio, porque tenía su consulta de dentista y terapeuta de regresiones en el Panorámico. El año 2002 editaron un segundo libro, el rojo, que es bien impresionante, porque tiene referencias y explicaciones de lo sucedido el 9/11 en NYC.

Las cosas de las que hablan los libros de Weiss y Hodalí siempre estuvieron en nuestra familia y a mi alrededor. Hace poco, conversando con la Caro descubrimos o quizás simplemente recordamos, que ambas hemos tenido siempre un miedo incontrolable a la conexión con cualquier ente que no tenga huesos ni carne. De ahí nuestro terror a la oscuridad, a las casas solas y a dormir solas por la noche. Pero hay cosas que uno simplemente no puede obviar ni hacerse la lesa ni cantar lalalalala como si de verdad no existieran. Además, todo está conectado. Y, como lo dicen en el libro azul, las coincidencias no existen. Un día, hace unos dos años, buscando una forma de ayudar a Pedro con sus ataques de rabia incontrolables, entré a otra Feria del Libro. Lo primero (y único) que vi fue un libro llamado Terapia Floral Para Niños de Hoy. Yo ya me había leído Niños con Pataleta Adolescentes Desfiantes de la sequísima Amanda Céspedes, y este lo escribía ella con su hermana gemela, seca en terapia floral, la María Ester Céspedes. La Amanda Céspedes trata a sus pequeños pacientes con medicamentos, pero también con esencias florales. Con ese libro pude presentarle al Feli la terapia floral como una primera opción para Pedro. Mi querido Señor Dato Duro - lo-que-no-se-mide-no-existe era hueso duro de roer en esas materias. Pero confió en mi intuición. Entonces fue que llamé para pedir hora con la María Ester Céspedes y al no haber disponibilidad sino hasta dentro de tres meses me dijeron que podía llamar a una terapeuta que se había formado con ella, llamada Ana María Riquelme. Pedro tuvo mejorías con las esencias florales, pero igual necesitaba una intervención más profunda. Nosotros como padres y como familia también y así llegamos donde nuestro Benja, que nos ayudó a ver tantas cosas que no habíamos podido ver. Entre ellas, mis rabias con la muerte de mi papá y varias otras cosas acumuladas que tenía. Cuando la terapia de Pedro terminó, me empecé a encontrar por todos lados con un libro llamado Flores: Energía que Sana, de la María Ester Céspedes, que yo recordaba haber visto en la mesa del comedor de la Ana María. Entonces lo compré y cuando leí el prólogo, descubrí que quien había revisado el manuscrito del libro era la mismísima Ana María. Terminado el libro decidí que era el momento de hacer algo conmigo. Hacía poco se había pulverizado, sin explicación, la puerta de cristal de mi oficina y yo ya no tenía fuerzas ni para mantenerme despierta. Explotaba como un demonio por todo y no me soportaba ni yo misma. Me odiaba. Un día 21 de diciembre a la hora de almuerzo partí a la casa de la Ana María. Ella me recibió con su sonrisa y su abrazo mágico, luminoso, limpiador y sanador. No conozco a nadie que haya quedado igual después de ese abrazo. Lo que sucedió a contar de ese día da para miles de posteos, que algún día escribiré. Por mientras, puedo decir que a poco andar, con la Ana María comenzamos a hablar de miles de cosas que por fin iban adquiriendo sentido, ella haciendo las preguntas y ayudándome a encontrar las respuestas. Lloré como no había llorado en eras. Creo que sólo gracias a sus flores, su reiki y su reconexión pude salir viva de este año. Y no sólo viva, sino que con la sensación de haber hecho pequeños avances en cosas que me tenían profundamente descontenta hacía mucho rato. Pero eso no es todo. En el camino se fueron sumando a la tribu de nuestra querida Ana María, el Feli, de Lasa y Ramón, mi gemelo de nacimiento. Pero ya sabemos, las coincidencias no existen. Lo mejor de todo, es que al parecer esta tribu forma parte de su propia misión, por lo que tampoco es ninguna coincidencia que nos hayamos ido apareciendo en su vida. Hace unos días, Ramón nos mandó un mail sobre unas charlas que daría Tom Heckel durante Enero en el Café Literario. Yo ya había oido de Tom Heckel por Fernández, pero sabía que conocía ese nombre de antes y lo asociaba con el Cajón del Maipo. Y claro, Salim Hodalí cuenta en el Libro Azul cómo llegó donde Tom Heckel, en San Alfonso, para hacerle preguntas sobre lo que le estaba sucediendo.

Ayer entré al Panorámico y para no perder la costumbre, tuve que ir a la Feria del Disco. Entonces de pronto encontré una nueva edición del Libro Azul. Pensé que debía llevármelo, porque ya le había prometido a de Lasa prestarle los dos libros para sus vacaciones, pero ahora necesitaba urgentemente leer esta nueva edición, que venía aumentada. Fue divertido, porque era el Panorámico, era la Feria del Disco y era una ensalada de recuerdos y sensaciones. Providencia, after all. De vuelta camino lentamente por la calle. Acordándome de mi amigo Mundi, diciéndome que cuando conversamos lo hago pensar. De todos quienes entran a mi oficina, vienen a mi casa, me llaman o me buscan porque los escucho sin interrumpirlos y sin ponerles caras y en lugar de decirles lo que "deberían" hacer, les hago preguntas para que ellos mismos vean y descubran. No sé de donde viene eso, aunque es algo que AC tenía y que lo hacía enorme. A veces he pensado que es una especie de don. Veo que sirve, incluso aunque implique que el otro tenga que ver cosas tristes, feas o que hubiera preferido mantener dentro de La Caja. Pienso en las veces que he sido el impulso para que la propia Ana María haya dado pasos que para ella son importantes. Qué por alguna razón sirvo para motivar a mi familia, hermanos y amigos y para acompañarlos incluso en sus sueños o proyectos más tirados de las mechas. Que me encanta echar a la gente a volar con sus propias alas. Aunque se vayan lejos. Y que toda la vida he tenido la capacidad y, a ratos, una necesidad imperiosa, de correr a contener a los que se están desbordando de rabia, de pena, de desesperación o de miedo. Hay siempre algo que me dice qué decir o qué no decir. Cuándo hablar y cuándo mantener cerrada la boca. Puedo oler el miedo, leer el subtexto de las conversaciones de los otros y percibir sus energías. Y cada vez me equivoco menos. We are spirits in the material world. Y el alma siempre sabe. En fin. Sigo pensando que es curioso y maravilloso ver como las cosas suceden. Cómo nos vamos encontrando unos con otros, descubriendo afinidades, abriendo compuertas, iluminando habitaciones y compartiendo incluso esas cosas raras o inexplicables que tenemos dentro. Abriéndonos como libros a esos otros, a veces incluso en contra de nosotros mismos. Todo eso pienso. Sigo caminando y me río. El Panorámico, la Feria del Disco, el Libro Azul otra vez y particularmente ahora. El final de un año. Y la maravilla de poder empezar una página completamente nueva en un cuaderno más lindo.

Wednesday, December 28, 2011

In God's Country (Let Me In)

Anoche fue -probablemente- la última vez que de Lasa y yo nos despedimos frente a nuestras casas siamesas tras una sesión de conversa a tajo abierto. "Trato de no pensar en eso", le dije, cuando habló del momento que se acerca. Ella manejaba Kennedy arriba y el CD de Fernández disparaba canciones tan disímiles como Típico Tic y Faithfully. Lo que sucede es que cuando este año volvamos de Las Trancas, de Lasa y su tribu ya no vivirán en la Casa 2.

Llegamos a Santa Sofía a finales de enero de 2003. Nos quedamos con la Casa 3 porque la 2, la que yo quería, porque tenía más terreno, ya estaba reservada. A nuestro alrededor no había, literalmente, nada. Sólo piedras, polvo y unos grillos tamaño lagartija. Hacía un calor del infierno. Todavía nos reimos acordándonos de la muy punga malla de kiwi verde con rayas blancas que pusimos para poder almorzar en el radier de cemento que un día sería nuestra terraza. Juan Luis, el maestro que nos construyó las jardineras, siempre se acuerda de cómo se despellejó dos veces trabajando con la polera puesta. Yo estaba feliz de llegar a nuestra casa nueva, pero tenía pena. La Caro acababa de irse a vivir a Estados Unidos y el Tan a su beca en París. La Jime, que nos ayudó con la mudanza, tarde o temprano partiría a Guatemala. De Lasa apareció, completamente luminosa y saludando como una rockstar, de vuelta de sus vacaciones en Pucón. Nada de noches calurosas, polvaredas ni maestros. Fue verla y saber que la conocía. Pero no fuimos amigas inmediatamente. Digamos, pensando en lo que nosotras consideramos Amistad. Pero a poco andar, y llevándonos muy bien como vecinas, comenzamos a descubrir conexiones impresionantes. Desde haber ido al mismo colegio a compartir el mismo ginecólogo, nuestro más grande que la vida Tulio Rodríguez. Desde que mi mamá le haya hecho clases de guitarra cuando era chica, hasta que mi papá hubiera sido amigo de su tío, por lo que su inusual apellido para mi era de lo más familiar. Desde el gusto por la pintura y el dibujo, hasta la relación semi-patológica con la música y el conocer canciones que nadie más (o sólo un par de frikis más) conoce. Todo lo anterior, sin contar las visiones comunes de la vida, la telepatía, los sueños y todo ese universo de cosas sin mucha explicación, que para nosotras siempre han sido simplemente obvias.

Hace casi diez años que al otro lado de nuestra muralla están Pablo y la Carola. Hemos compartido aceite de oliva, ketchup, mayonesa y gas para la parrilla. Hemos celebrado cumpleaños, aniversarios de matrimonio y años nuevos. Nos hemos hecho amigos de los amigos. Juntos hemos esperado y perdido hijos, hemos enterrado padres y también recibido nuevos niños. Nuestros hijos se quieren como hermanos y sus hijos son parte de mi Manada. Nos hemos reido y hemos llorado juntos. Nos hemos abrazado en los momentos en que vivir da miedo. Nos hemos influído mutuamente y hemos ido creciendo juntos hacia lugares que no pensábamos. Es lo que yo llamo tener una historia. Pero este año, de Lasa me lanzó una bomba. "Fran, a mí me costó mucho ser tu amiga. Y estuve a punto de tirarlo todo", me dijo. Yo sé que puedo levantar en un milisegundo un muro de hielo infranqueable frente a quien siento que pretende invadirme o rozarme siquiera. Pero no lo esperaba de ella. Sólo puedo agradecerle el haber seguido su intuición y haber perseverado como lo hizo, porque de otro modo yo me la habría perdido como amiga. De Lasa dice que odiaba sentir que ella me contaba cosas suyas y yo nada de mí. O que ella me pedía ayuda y yo nunca decía necesitar nada. Hace unos días, con la Caro mi hermana, destinamos una mañana casi entera para tomar café y hablar de la vida. Inevitablemente llegamos al tema del no pedir ayuda, de no exteriorizar nuestro cansancio, ni mostrar nuestras flaquezas. Cuando yo era chica y hasta no hace tanto, me parecía que contar a otros mis problemas era una mezcla entre ser débil y una lata. Una vieja llorona. Pero sucedieron cosas que me hicieron pensar diferente y empezar a ser diferente. Porque, como le dije una vez a mi amigo Cancino, yo ahora siento que debajo del no pedir ayuda y no dejar entrar está el creer, todavía, que ningún otro puede darnos algo bueno, ni ayudarnos, porque estamos completamente solos. Y que de ahí nace una odiosa clase de arrogancia, orgullo y hasta desdén, que espanta a los otros. Es de lo que está hecho el muro. Pero cualesquiera fueran las razones para sentirnos solos o abandonados, simplemente ya no es el tiempo. Ya fuimos rescatados.

Llevo harto rato preguntándome por qué las personas a las que he sido más apegada se han ido de mi lado. Es un patrón que se repite una y otra vez en mi vida y sé que no puede ser una casualidad. Le dije a la Ana María hace poco que necesitaba encontrar la respuesta y ella me miró como cuando AC me decía que me contestara a mí misma, sólo que con más cariño. Fue cuando la pregunta cambió, y pasó de un medio victimizante por qué a un para qué. Para que yo hiciera qué. Los budistas dicen que antes que naciéramos, nuestra alma eligió a un grupo de almas compañeras, una familia de almas, para encarnar juntas y entre todas diseñaron vidas que les permitieran aprender cosas para ser mejor gente, para ir avanzando hasta que seamos pura luz. Algunas de esas almas compañeras deben hacer cosas que nos harán sufrir, como tratarnos mal, agredirnos física o sicológicamente, traicionarnos o abandonarnos. Otras, en cambio, serán nuestras compañeras de ruta, muros de los lamentos, maestros, catalizadores, espejos y siameses. Nos harán reir y nos regalarán su amor y su luz. Serán pala y escoba para recogernos cuando estemos en el suelo y manual de ensamblado cuando hayamos estallado en pedacitos. Estarán siempre a nuestro alrededor o aparecerán justo a tiempo, cuando haya llegado el momento, para que no los ignoremos ni los dejemos pasar. Aparecerán para que los dejemos entrar. Para que les permitamos hacer su trabajo y nos ayuden a hacer el nuestro. Mientras escribo se me ocurre que tal vez, de haber tenido cerca a mis hermanos y a mi amiga de la vida, no me habría dado el trabajo de dejar entrar a personas que han sido, son y serán esenciales en mi vida. Ni de aprender yo misma a pedirles entrar a sus vidas. Quizás no habría tomado el riesgo de bajar la guardia, aprender a mostrar el juego, a hablar de lo que siento y a pedir ayuda. A la Caro y a la Jime nunca necesité hablarles mucho de nada, porque habíamos crecido juntas. Y claro que es mucho más cómodo viajar en piloto automático que levantar la vista, reflexionar y buscar cómo corregir el curso. Mucho más fácil que admitir que tu imagen no es ni tan hermosa ni tan brillante como pensabas y que requiere retoques importantes. Mucho más simple que exhibir tus sombras y sacar a pasear a tus fantasmas para que otros los vean y hasta se rían. Mucho más seguro que dar a otros el poder de verte tal como eres y criticarte. Y mucho más egoísta que permitir a esos otros ser felices formando parte de tu vida.

Tuesday, December 20, 2011

Ashes To Ashes

Es Domingo. Mi Manada y yo estamos en El Canelo acompañando a los Ziebold en su despedida a la Abuela-Abuela. La Ana María y el tío Conrado esparcen sus cenizas entre el bosque y la playa, mientras los niños hacen preguntas pero prefieren repartir pétalos de rosas y buganvilias entre las rocas. La Ana María nos muestra el banquito en que se sentaba la Abuela-Abuela a mirar el mar, cuando ya estaba muy viejita. Nos cuenta historias de la familia y yo pienso que esa misma playa, en el eterno Algarrobo, guarda también historias de mi familia y de la del Feli. La Caro me cuenta sobre el cacharrito de greda en que están las cenizas de la Abuela-Abuela. Que partió sola un día a Pomaire a buscarlo. Que no tenía tapa, pero con su particular carácter logró que un artesano le hiciera una. Que se lo entregó a su hija para cuando llegara el momento. Y no podemos evitar comentar que parece increíble que ese polvo gris que se confunde con la tierra y la arena sea la Abuela-Abuela.

En el camino de vuelta la Caro y yo, a través del recuerdo de nuestro papá, nos adentramos en una conversación emocionante. Sobre muchas cosas. También sobre las cosas de él que se fueron quedando en nosotros y que nosotros estamos transmitiendo a nuestros hijos, muchas, sin darnos siquiera cuenta. Nos envuelve una energía especial. Ambas la sentimos, como siempre. Está el olor de los pinos mezclados con el mar. Y el ruido de las pequeñas olas en esa playa de agua transparente y arena blanca. No hay en Algarrobo una playa más linda que El Canelo. Hablamos y hablamos sin poder parar, y yo me acuerdo de esas conversaciones que teníamos de noche, después de una fiesta o de haber salido con alguien que nos gustaba, en la oscuridad, metidas en la cama. Me acuerdo de Disembodied Voices, esa conmovedora canción de los Finn Brothers. Y de cuando teníamos miedo y dormíamos cucharita en su cama. Recuerdo por qué han sido tan difíciles los años sin tenerla cerca. Y que en unos días me quedaré llorando, como siempre, cuando se vuelva a Portland.

Almorzamos en la terraza y con el Feli comentamos que ahí esperamos el año 2000, antes que naciera la Magda. Ahora somos cinco. Pablo y la Caro esperaban recién a la Merni. Ahora son seis. La Sandra y Tomás ni se habían casado. Ahora son cuatro. El cielo está impresionantemente azul y no hay nubes. Bajamos todos a la playa y los niños juegan con la arena. Es la playa del muelle roto, la misma en que jugábamos cuando chicos, porque como no iba mucha gente, nuestros padres no sufrían pensando que podíamos perdernos. El muelle se rompió aún más con el terremoto, pero sigue ahí. Yo pienso en la palabra continuidad. Mientras saco una foto a mis hijos, que juegan con los hijos de mi hermana, miro desde la orilla del mar y veo al grupo esparcido por la arena. Son tres generaciones. Siete familias. Nacidas de una sola mujer. Pienso que es realmente hermoso como funciona la vida. Que ojalá todos pudiéramos tener una manada linda, que se haya quedado con lo mejor de nosotros, para esparcirlo por donde anden. Que ojalá todos pudiéramos tener una manada linda que un día eche a volar nuestras cenizas y nos recuerde como su principio.

Friday, December 02, 2011

Walk On

Anoche mi amiga Jime y yo nos juntamos por segunda vez desde que llegó. Con los años hemos aprendido que la primera junta es un vuelo de reconocimiento sobre los potreros de nuestras vidas, una mirada a lo macro, mientras que la segunda suele ser una inmersión profunda en el detalle y una aventura por las cavidades menos iluminadas de nuestros respectivos seres. Espeleología emocional pura, justa y necesaria. Es la parte en que nos sentamos frente a frente en el living de su casa, rodeadas de sus pinturas y entre canciones de la vida, con nuestros encargos de Menu Express y una cerveza. Es el momento del año en que mostramos el juego y nos hacemos las grandes preguntas, las feas, las crueles, las que asustan, las que nadie más se hace. El momento de las representaciones de mundos alternativos, universos paralelos y recreaciones de lo que nunca fue ni tampoco será. Es impresionante que todavía y a pesar de los años viviendo en diferentes hemisferios, funcionemos de manera tan parecida. Admitimos que puede ser algo más enfermo que heroico, pero es inevitable: cada cierto tiempo tenemos que echar nuestros edificios abajo, para volverlos a armar antes de irnos a dormir. ¿Pérez, qué habría sido de nosotros si no nos hubiéramos casado? me preguntó anoche. No sé, le respondo casi con la boca llena, pero siempre pienso que de no haber sido con ellos, probablemente no nos habríamos casado. Me doy cuenta que la pregunta no se relaciona con lugares comunes, ni con supuestos como el trofeo del anillo o la calamidad de la soltería pasados los cuarenta. En realidad la pregunta tiene mucho más que ver con el por qué en algún instante pasamos del pánico al amarre y el compromiso para toda la vida, a querer quedarnos en un mismo lugar. Tiene que ver con el por qué uno está dispuesto a partirse la espalda armando una familia, a enfrentar los terrores de la maternidad y el futuro de los hijos y a sujetar como sea el edificio cuando la tierra se mueve bajo nuestros pies. Tiene que ver con el por qué apenas pasa el temblor y sin pensarlo nos ponemos el overol y salimos a reparar las grietas. Tiene que ver con ese misterio, que al final, no necesitamos resolver para seguir viviendo.

Con la Jime siempre nos juntamos en su casa. Es un rito antiguo. Tan antiguo, que anoche, a medida que recorría el camino escuchando New Order, tenía en la cabeza una catarata incesante de imágenes de la vida entera. La casa de Sampa, la noche que pasé frente a ella y vi lo que tenía que ver para convencerme de que debía dejar ir un pedazo de la vida como la conocía. La esquina de Juan XXIII con Carmen Fariña, una tarde de primavera a la Hora Naranja, Only The Lucky Ones de Loverboy en mi auto y esa mirada inconfundible desde el auto del lado. Joaquín Cerda, una tarde en vacaciones de verano con un nuevo disco de Soda Stereo. Es difícil de creer. Creo que nunca lo podré saber. Las calles de mi amigo-hermano adoptivo Enrique Cuadra, cantando voy cruzando el río, sabes que te quiero y I am the one and only, you can't take that away from me. Esa plaza, la imagen conmovedora de las velas encendidas por la noche y esos niños de negro, llorando por meses a los amigos muertos en un accidente en el cruce con Manquehue. Los árboles oscuros de Candelaria Goyenechea, la casa del Feña K., que escuchaba a Pere Ubu. Supongo que mi cabeza eligió esas imágenes anoche como antesala de las cosas de las que hablaríamos. It joins all, synchronicity.

Resulta, como dice el grandísimo Papelucho, que llevo un par de semanas escuchando Walk On por todas partes. En mi cabeza, para empezar. En el auto, cuando pongo la radio. En el Jumbo, cuando voy en la noche y la música se escucha más fuerte. En la Feria del Disco, comprando tickets para el concierto del Lunes. Esta mañana al entrar a comprar colaciones para la Laura en la bomba de bencina. There is no such thing as coincidence. Pienso en las cosas que han sucedido este año, en los sacudones, en los errores y en la mecánica de placas tectónicas. Love it's not the easy thing. The only baggage you can bring is all that you can't leave behind. Y ahí creo verlo. Tanto que hemos hablado este año con la Ana María sobre dejar ir. En tantos niveles. Sobre cortar los lazos con las cosas antiguas y ajenas que ya no nos sirven. Sobre despedirnos de lo que hoy es sólo peso muerto en nuestras espaldas porque ya no lo necesitamos realmente. Sobre quedarnos con lo que nos hace bien y nos hace vibrar más alto; lo que nos hace brillar e iluminar a los que están a nuestro alrededor. Manejando de vuelta de la casa de la Jime aparecieron esas tres canciones de Styx en mi iPod, Babe, Don't Let It End This Way y The Best Of Times. Me rio y pienso en la maravilla de mirar atrás y no ver el punto de partida por ninguna parte. En lo bien que se siente haber ido dejando desperdicios y oscuridades bien enterrados. Al menos en parte y hasta donde mejor hemos podido. Y que aunque hay cosas que no van a cambiar -no decrete, me diría la Ana María- o son, más bien, difíciles de cambiar, queremos seguir despertando con la energía para hacer que todo sea simplemente un poco mejor. Walk On. De alguna forma de eso se trata vivir.